A catorce años
“No hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado” dijo una vez Víctor Hugo. Hace catorce años, un 31 de Octubre de 2008, llegó una de esas ideas. En un rincón desconocido del internet, un programador anónimo publicó un documento de nueve páginas que explicaba una nueva manera para guardar, enviar y recibir valor digitalmente, sin la necesidad de un tercero o ente centralizado.
Exactamente 493 años atrás, Martín Lutero clavó en la Iglesia de Wittenberg sus 95 tesis tituladas “Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias”, provocando un sismo de marca mayor en la iglesia de Europa. Alegando contra la venta de indulgencias por parte del clero, Lutero afirmaba que la salvación provenía de una transformación interna y no necesariamente por un externo, en este caso un sacerdote. Este acto llevó a la Reforma Protestante, que tendría efectos ripios en todo el viejo continente. Satoshi Nakamoto, siglos más tarde, haría algo parecido.
Si bien la “carta magna” de Satoshi se publicó el 31 de Octubre, no fue hasta unos meses después que veríamos en acción su descubrimiento. El 3 de Enero implementaría las 160 mil líneas de código de la primera versión, el 9 se minaría el primer bloque, y el 10 ocurriría la primera transacción, cuando le envió cincuenta bitcoin a Hal Finney.
Ahora bien, el protocolo no nació al vacío, ni como respuesta a la crisis financiera 2008-09, como muchos a menudo exponen. Logrando unir ingredientes ya existentes de la ciencia de la computación, utilizando como base los experimentos monetarios virtuales que fallaron previamente, Nakamoto fue capaz de crear el primer dinero verdaderamente descentralizado.
Mientras Lutero expuso noventa y cinco tesis para su crítica al poder de la iglesia, Satoshi traía una en particular: la cantidad de confianza que necesitamos tenerle a la Banca Central. Y como bien dijo el creador, esta confianza ha sido quebrada una y otra vez por los insiders de estas instituciones gubernamentales.
La red, fusionando diversos protocolos e ingredientes de la computación, nos brinda una oportunidad única para rediseñar la civilización que queremos diseñar. A través de la escasez digital respaldad por código, las limitaciones del mundo real aplicada al mundo virtual a través de la prueba de trabajo, un libro contable compartido y nodos operando en hogares de individuos alrededor del mundo, Satoshi fue capaz de recrear la herramienta social más importante de la humanidad de una manera que ilumina e inspira.
Es tal el nivel de innovación de Bitcoin que su funcionamiento deja perplejo a la mayoría. Mirando las críticas de los detractores—por lo general personas de alto patrimonio, pertenecientes a la élite de naciones Occidentales—el análisis default es convertirse en adversarios acérrimos. En lugar de despojarse de sus sesgos y paradigmas culturales preestablecidos, rechazan la red, pintan a sus proponentes de religiosos, y utilizan sus plataformas para distribuir desinformación. De la misma manera, me imagino, que los clérigos en el siglo XVI.
En lugares donde la propuesta de valor hace sentido, debido a la volatilidad de su propias monedas nacionales, debilidad institucional, y gobiernos autoritarios que trabajan en contra la ciudadanía, Bitcoin tampoco ha sido aceptado con rapidez. Los efectos de redes del dinero—sobre todo de la reserva mundial—son enormes y muy difíciles de desplazar. Estos cambios toman años, quizás décadas e incluso siglos. Son resistidos en primera instancia, sobre todo por las élites y los medios que forman opinión, pero también por la sociedad civil en general, quienes no estamos acostumbrados a pensar ni conversar mucho sobre el dinero.
A pesar de aquello, Satoshi ha logrado permear en el consciente colectivo a través de su red monetaria. De la misma manera que Lutero explicaba que el cambio viene desde el individuo y no de un externo, el creador de Bitcoin expuso que tener una moneda al margen de los grupos de poder, que traería poder soberano al individuo, podría ser la manera de cambiar—en alguna medida—las enormes injusticias que ofrece nuestra sociedad.
La comunidad bitcoiner, quienes voluntariamente han decidido promover la adopción masiva y avanzar el uso de la criptomoneda en nuestras comunidades es tildada muchas veces de religiosa; simplemente estamos convencidos de que estamos en un punto de inflexión de la sociedad, y en la primera línea de un cambio histórico en las instituciones que nos gobiernan y dejamos que nos gobiernen.
Muchos confunden bitcoin por un simple sistema de pagos electrónico. Es eso, y mucho más. Su política monetaria predecible es lo opuesto al sistema financiero actual, plagado de politiquerías y adivinanzas de la astrología moderna, y nos permite cambiar nuestro horizonte de tiempo y planificar hacia el futuro. Su libro contable es auditable por cualquiera a muy bajo costo, y no solamente por instituciones con alto capital económico y político. Esto nos convierte a cada uno de nosotros en agentes del sistema, con voz y voto. Es portable, a cualquier lugar del mundo y en cualquier instancia, útil para un nómade digital y un salvavidas para un refugiado climático. Su mecanismo de consenso está reutilizando energía desperdiciada y estabilizando la matriz energética, dándonos un prometedor futuro de energía abundante.
A medida que las autoridades monetarias se vuelven más erráticas y deslegitimadas, el valor propositivo de Bitcoin crece y crece. La crítica de Satoshi está más viva que nunca, y el sismo teológico que vivió el mundo con las críticas de Lutero se reconstruye de cierta manera en el siglo XXI. Llevamos recién catorce años de revolución monetaria, con una pelea que promete ser más ardua de lo que hemos visto hasta el momento.
Sigue siendo muy temprano, y muchos quizás no veremos el desenlace final. Pero eso hace que este proceso sea aun más importante.