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La semana pasada, con mi padre escribimos un artículo sobre Bitcoin y el sistema monetario actual para la revista española Sin Permiso. Les adjunto el link para que lo puedan leer.
Los inicios de Bitcoin
Muchos piensan que Bitcoin nació a raíz de la crisis financiera de 2008-09. Sin embargo, existe un largo historial de personas que buscaban crear dinero digital. Idealistas, hackers, criptógrafos, futuristas, anarquistas, libertarios, y matemáticos llevaban años con este propósito. Creaciones como eCash, B-Money, y BitGold lo intentaron y fracasaron. Pero, sembraron la tierra para la aparición de la revolución tecnológica del dinero. Este protocolo es la culminación de cuarenta años de investigación, ensayos, errores, ideas, sueños y todo un movimiento.
Para citar a Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado”. Aunque en su bloque Genesis—es decir, el primer bloque de la cadena—lleva inscrito el mensaje: “Canciller apunto de segundo salvataje a los bancos”, Bitcoin se venía gestando desde mucho antes. Satoshi Nakamoto pertenece a un movimiento que buscaba una idea: un dinero nativo al internet. Y tal como el internet, debía contar con ciertas características: descentralización, resistencia a la censura, neutralidad, libertad y privacidad. Todas estas ideas se unieron y florecieron el 3 de Enero de 2009.
Esta es la primera de una serie de ensayos que escribiré sobre la prehistoria de BTC. Esta revolución no está completa sin una revisión a la historia de la red. Muchos de los protocolos que hoy resguardan nuestra seguridad en el internet—TCP/IP, HTTPS—fueron creados por los mismos que pusieron la piedra base para la principal criptomoneda. Ellos viven en las sombras, detrás de las plataformas que usamos a diario, y esta es su historia.
El internet es un panóptico. Hemos devenido en una especie de distopia digital, donde todos y cada uno de nuestros movimientos son vigilados. Esta arquitectura influencia nuestros comportamientos, nos hace más ansiosos y consumidores, y nos mantiene pegados a nuestras pantallas. Por otro lado, desincentiva disidentes, periodismo investigativo y whistleblowers.
Hoy, el mundo digital es un gran riesgo para la privacidad, y por ende, la libertad. Ha sido coartado por gobiernos, instituciones, empresas e individuos con mucho poder. Hemos entregado nuestra libertad y privacidad a cambio de aplicaciones bonitas y likes baratos. El dinero no se escapa de esta norma: su uso es vigilado y censurado y con la conversación sobre divisas digitales de bancos centrales, esta se torna aún más peligrosa.
Sin embargo, hubo un grupo de personas que vieron este potencial, y comenzaron a preparar la defensa. Un grupo de visionarios que creían en el uso de la criptografía para generar cambios sociopolíticos en la sociedad. La criptografía es la matemática de los códigos computacionales. Es la ciencia para codificar y descodificar datos, buscando mantener la privacidad.
Estos personajes visualizaron un futuro con dos posibilidades: el internet formando parte central de la sociedad; y la amenaza de extremo control que sobrepasaría al internet abierto que tanto anhelaban. Su sueño era impulsar la libertad humana a través de técnicas de encriptación que podían mantener la vida digital privada y anónima. Sus ideales iban acompañados de una organización descentralizada de poder, basada en la cooperación, colaboración y computación.
Este grupo de personas se hacían llamar cypherpunks, a partir de un juego de palabras entre cipher (encriptar) y punk. Ellos eran—siguen siendo, en realidad, porque muchos aun rondan por los recovecos del internet—un grupo de matemáticos y criptógrafos muy sospechosos de gobiernos y cualquier entidad centralizada. Ven al estado como enemigos de la libertad, con instituciones fáciles de corromper y humanos sedientos de poder. Creen en los intereses perversos del estatus quo, capaz de hacer cualquier cosa por mantenerse allí.
“Cypherpunks escriben código. Sabemos que alguien tiene que escribir software para defender la privacidad, y nosotros lo escribiremos”, dijo Eric Hughes en su Manifiesto Cypherpunk de 1993. Uno de los primeros de este movimiento, Eric explica la privacidad como el poder de exponerse selectivamente al mundo. Estos hackers—Timothy May, y John Gilmore ente otros—creían ante todo en la importancia del anonimato en sus comunicaciones y vida diaria.
Y tal como los cypherpunks denunciaban el poder del estado en el ámbito digital, miraban con desconfianza la influencia que tenían las autoridades sobre la política monetaria y la creación de dinero. Su verdadera vocación era la necesidad de un dinero nativo al internet. En sus ojos, atar una divisa digital a una moneda física lo sometería a los mandamientos de un país y un grupo de “expertos”. Tener dinero físico en manos de terceros para transar en una red pública, abierta y descentralizada simplemente no les hacía sentido.
Hasta los 1970, todo uso de la criptografía estaba en manos de agencias gubernamentales secretas. El público no podía ni tampoco sabía mucho de cómo ocupar estas formas de comunicación. Sin embargo, en 1976 la publicación de un documento escrito por Whitfield Diffie y Martin Hellman lo cambió todo: la criptografía de llaves públicas.
La criptografía de llaves públicas funciona usando una pareja de llaves. Por un lado, tenemos la llave pública, que es un hilo indecifrable de letras y números que ha sido derivada matemáticamente por otro hilo indecifrable de letras y números llamada la llave privada. Con la llave privada es fácil generar una llave pública; sin embargo, con una llave pública es virtualmente imposible generar una llave privada.
Con este documento, se expandió el conocimiento y uso público de la criptografía. Personas podían establecer comunicaciones privadas entre ellas, compartiendo solamente sus llaves públicas pero manteniendo sus llaves privadas, privadas. Aún así, y como veremos más abajo, esto no es lo único que se podía hacer con esta tecnología.
Sin embargo, además de poder comunicarse de forma privada, el consenso era que se necesitaba un dinero nativo al internet. Y fue la aparición de un criptógrafo en particular quien comenzó a cimentar las bases de este viaje.
David Chaum es un científico de la computación y criptógrafo. Considerado por muchos como el padre del movimiento de los cypherpunks, abogaba por el derecho a la privacidad en internet. “Todo lo que haces puede ser conocido por otra persona, puede ser registrado para siempre, y es anti-ético a los principios subyacentes de la democracia”, le dijo Chaum a una periodista en 1994. Aunque no era de tendencia libertaria ni anarquista, creía simplemente en la necesidad de mantener nuestras comunicaciones privadas, incluyendo las financieras.
Chaum provocó grandes remezones en el mundo de la computación. Muchos le atribuyen el uso masivo de la criptografía en comunicaciones. En 1981 publicó un documento titulado “Correo electrónico imposible de rastrear, direcciones de retornos y pseudónimos digitales”, donde presentó su investigación en comunicaciones encriptadas que llevarían a lo que es hoy conocido como Tor.
The Onion Router (TOR) es una herramienta para surfear el internet de forma anónima. Funciona usando capas—como una cebolla—para enmascarar la identidad y la ubicación de quienes se comunican. Es una pieza fundamental que utilizan disidentes y whistleblowers alrededor del mundo para transparentar los abusos de los poderosos y comunicarse de forma segura y anónima.
En los 1990 fue el primer gran intento por crear dinero digital privado: DigiCash. Esta empresa—encabezada por Chaum—utilizaba una forma novedosa de tecnología para asegurar la privacidad y resolver el problema del doble gasto.
El problema del doble gasto es uno de falsificación. Esto hace sentido en el mundo real, donde existen billetes, pero en el mundo digital, lo que se traspasa de una persona a otra son “bits”, o pedazos de información. En teoría, puedo copiar esa información y mandarla más de una vez. Los sistemas que ocupamos hoy funcionan con bases de datos centralizadas que mantienen el registro de transacciones digitales. Ellos verifican que el dinero—o información—no haya sido enviado dos veces. En otras palabras, dependemos de terceros para evitar el problelma del doble gasto.
DigiCash se creó a partir de una movida del gobierno holandés por implementar peajes en las calles. Chaum les ofreció crear un sistema de cobro anónimo. Según él, ¿por qué el gobierno necesita saber por dónde ando? En 1993, creó entonces: eCash.
Esta es una versión simplificada del sistema:
Primero, las “monedas” son emitidas a usuarios por un banco. Cada moneda tiene una denominación y número de serie específico, que son firmadas criptográficamente por el banco.
Cuando el comerciante recibe una “moneda” de un usuario, el comerciante retransmite al banco emisor.
El banco verifica que las firmas sobre la denominación y el número de serie son válidas y si es que la “moneda” se haya gastado previamente. Si todo resulta bien, el banco asegura que todas las monedas son reales y no han sido gastadas anteriormente. El comerciante es luego pagado con el valor de las “monedas”.
Aquí entra en juego un segundo componente de la criptografía implementada por Chaum, que son las firmas ciegas. Dos personas, Alice y Bob—como se conoce comúnmente en la computación—pueden “firmar” criptográficamente cualquier tipo de dato. Para hacerlo, uno de ellos debe combinar su llave privada con estos datos. El resultado será la firma.
Las firmas ciegas operan de la siguiente forma: Alice genera un número aleatorio (llamado un “nonce”) y combina matemáticamente esa información con estos datos. Esto “revuelve” los datos para parecer otro hilo aleatorio de información. Se lo manda a Bob, quien no sabe lo que dice los datos originales asique lo “firma en ciego”.
Por lo tanto, cuando una persona le pide al banco que emita eCash, lo hace con un “factor enceguecedor”. Esto ofusca que el número de serie sea identificado con una persona, y así el banco solamente ve un hilo de letras y números aleatorios.
A pesar de que el sistema era centralizado—basándose en DigiCash—mantenía el anonimato de los usuarios y resolvía el problema del doble gasto. eCash fue tremendamente seductor, e incluso, Bill Gates ofreció incorporar este sistema a Microsoft, pero el acuerdo no prosperó.
Por razones más allá del enfoque de esta edición, en 1998 la empresa quebró, y con él se esfumaron las posibilidades de eCash. “Como DigiCash arruinó todo” es un recuento en inglés en detalle de la caída. En fin, ganaron las tarjetas de crédito y los sistemas menos privados como PayPal. Aún así, este fracaso sirvió para darse cuenta de un punto de falla importante en el sistema: la centralización. Como eCash dependía de un ente emisor, al caer esa entidad, se cayó todo el sistema.
Pero los cypherpunks no se iban a quedar de brazos cruzados. El primer intento se escuchó alrededor del mundo y con un detalle importante: se necesita descentralizar el dinero. El próximo que intentaría sería Adam Back, con su sistema de Hashcash; coincidentemente, el único nombrado en el whitepaper de Satoshi Nakamoto.
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Amigo arriba dice: La Cadena busca colaboradores remunerados para su boletín financiero y otros proyectos relacionados, pero no encontré por ningún lado el correo al cual enviar la solicitud, me interesa soy diseñador y filosofo llevo 3 años en el mundo cripto y acabo de iniciar mi emprendimiento al respecto, avísame, gracias.