Una de las máximas que repetimos los bitcoiners es “no confíes, verifica”, un dicho que nunca me he sentido del todo cómodo. Creo que otra idea de verlo es “confía, pero verifica”.
Los humanos somos animales de rebaño. Queremos encajar, crear vínculos con otros, y ganarnos el respeto de nuestros pares. Aquellas ganas y sensaciones son fundamentales para nuestra supervivencia, y desde la época de tribus en la Savannah africana que si no lográbamos vincularnos socialmente con otros, moríamos. Por otro lado, las personas que colaboraban y se vinculaban aumentaban su seguridad, oportunidades de reproducción y acceso a recursos. Fue Charles Darwin quien dijo: “En la historia de la humanidad, los que han prevalecido son aquellos que han logrado colaborar e improvisar de manera más eficiente”.
Es de vital trascendencia apoyarse en los demás, tanto desconocidos como nuestros círculos más cercanos, para poder vivir una vida plena y positiva.
Esta edición, sin embargo, va enfocada a la confianza en las ideas de los demás, y cómo estas pueden ser corrosivas para la discusión y dirección de la civilización humana. Porque todo se construye—desde una nueva constitución hasta los rieles de un tren—a partir de ideas.
Muchos, me incluyo, miramos a ciertos personajes de los cuales confiamos en su criterio, para sus opiniones. Líderes de pensamiento, que dictan—por sus experiencias vitales o años de credibilidad académica—las ideas que luego permean en el consciente colectivo. Sin embargo, son pocos los que hacen el ejercicio de verificar su opinión, contraponer los argumentos de sus críticos, y de analizar en profundidad la veracidad de sus dichos. Nos vemos fácilmente envueltos en la confianza ciega y la proliferación de ideas sesgadas, simplemente por compartir alguna ideología con ellos.
Aunque muchos nos creemos neutrales, recuerdo que todos venimos con sesgos, tanto naturales como culturales. Un hombre, por el hecho de haber nacido en una sociedad patriarcal, viene con un bagaje mental que no es fácil desestimar. Una mujer, como síntoma de esa misma estructura masculina dominante, también se ve enfrentada a un engranaje mental que no le es fácil desechar.
Y dentro del plano de las ideas, como se componen, y la realidad que nos rodea, es difícil reconocer que esta es compleja y viene con matices. Que las personas a las cuales tanto seguimos, en quienes su criterio confiamos, también vienen insertos en esa realidad. Hoy en día, cuando la verdad es más incierta que nunca, la subjetividad se vuelve difusa, polarizándonos aún más, y opiniones que deben ser tomadas como tal, se convierten en ley—para enaltecer o deponer.
Mi suspicacia viene exacerbada por las redes sociales que se han convertido en los de facto centros de discusión del mundo. Algoritmos cuidadosamente diseñados para viralizar ideas punzantes, y dejar empolvadas a aquellas sensatas que invitan al diálogo. Hoy en día, un video en TikTok, que dura diez segundos, se convierte en el de facto titular del día para luego ser el dogma de la semana. Puedes ser el centro de críticas si es tu oposición o el caballito de batalla si proviene de tu vereda ideológica. En lugar de sopesar la idea, la tomamos como cierta, confiando en la persona que la expuso, y repitiéndola ad infinitum.
Entiendo que es cuasi imposible verificar la fuente de todas las opiniones de quienes nos rodean. De hecho, muchos tercerizamos eso a otras personas, suponiendo que ellas si han hecho el trabajo forzoso y laborioso de cuestionarse sus creencias, leer a quienes piensan contrario a ellos, fueron curiosos e iteraron su idea antes de publicarla. Pero en realidad, ¿cuántos habrá así?
Existe un lugar, eso sí, donde me parece que existen pocos espacios para esa equivocación y confianza, y es el reino del dinero. Siendo el poder que otorga y atrae esta tecnología milenaria, mantenerla lo más lejos de la fallas del ser humano, se convierte en necesidad. El presidente del Banco Central tiene, de facto, una credibilidad y legitimidad de opinión que muchas veces exceden sus conocimientos. El ministro de Hacienda no se limita en opinar a diestra y siniestra sobre los últimos acontecimientos de las teorías que eluden sus capacidades. Supuestos expertos—en la economía son pocos, pues viven colgados de teorías anticuadas y deslegitimadas—forman opinión pública, que no somos capaces de dirimir cuán ciertas son.
El poder que trae consigo la producción, emisión y control del dinero me parece de extrema envergadura como para poder simplemente confiar en otros, y nunca verificar qué es lo que hacen. Uno de los grandes aciertos de Bitcoin, al provenir del mundo del código abierto, es permitir que se pueda auditar y revisar su funcionamiento hasta la última línea. Eso nos permite confiar, de cierta manera, en que sus exponentes y proponentes no están vendiendo humo, porque podemos—y debemos—verificarlo.
Quiero hacer un hincapié de que los bitcoiners también son víctimas del confiar y no verificar. Nosotros también tenemos grandes líderes de opinión e influencers que definen puntos de conversación y son respetados por todo el trabajo que han hecho. También entramos en esa mentalidad fiat, de no respaldarnos por investigación y cuestionamientos contrafactuales a lo que se nos expone, y simplemente adoptar las ideas de nuestro podcaster favorito o su invitado de turno. También somos víctimas del pensamiento rebaño, de las guerras culturales que hoy habitan todos los sectores de la sociedad, y de tener visiones retrógradas, simplemente porque nos dimos cuenta antes de que existe un mejor dinero llamado Bitcoin.
“No confiar, verificar”, proviene de la posibilidad de correr tu propio nodo (pieza fundamental de bitcoin, que revisa que los bloques propuestos por los mineros hayan seguido las reglas del protocolo) y que todas tus transacciones sean verificadas por ti mismo. Eres tu propio banco, en efecto.
La idea detrás del confía, pero verifica, proviene de las eternas discusiones y diatribas que veo a diario que no conducen a conversaciones de peso, ideas bien maqueteadas, análisis que vale la pena compartir, ni de debates de peso. Hoy en día somos todos expertos de nada. Seamos conscientes de que si nos basamos solamente en las ideas del otro, nos quedamos sin sustento intelectual para tener las conversaciones que debemos tener.
Quiero terminar con una cita de Michel Foucault, sobre la curiosidad, que da en el centro de esta edición: “La curiosidad es un vicio que ha sido estigmatizado por el Cristianismo, por la filosofía e incluso por una cierta concepción de ciencia. Curiosidad, futilidad. Sin embargo, me gusta la palabra. Me sugiere algo completamente distinto: evoca “preocupación”; evoca el cuidado que uno tiene por lo que existe y podría existir; un sentido agudo de lo real que, sin embargo, nunca se fija; una disposición para encontrar nuestros alrededor extraños y singulares; una cierta inclemencia por despojarnos de lo que es familiar y ver las cosas de otra manera; una pasión por aprovechar lo que ocurre ahora y lo que está falleciendo; una falta de respeto por las jerarquías tradicionales de lo importante y lo esencial”.
Porque la curiosidad, las ganas de estar equivocado, el poder de la apertura de mente, y la iteración investigativa de nuestras ideas están a la orden del día pero completamente ausentes.
Confiar o no confiar depende de ti, pero siempre verifica.
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