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Mineros escapan China
La semana pasada, uno de los temas centrales del boletín fue la decisión del Politburó Chino por aumentar la regulación de Bitcoin. Encontré este excelente artículo sobre las dinámicas de la minería de Bitcoin, y creo que deja los últimos acontecimientos ocurridos en China bajo una luz positiva. Refuta bastante mucha de las desinformación que existe sobre la distribución y el control de mineros. Algunos puntos importantes son:
Puedes hacer un seguimiento a lo que están haciendo mineros a través de las “transacciones de Coinbase” (revisando la primera transacción de cada bloque).
Mineros Chinos estaban vendiendo agresivamente las últimas semanas en respuesta a las potenciales prohibiciones. Esta venta no significa que ya no existirán, sino que se trasladarán a otros lugares—con energía renovable.
Esta venta puede haber exacerbado la venta provocada por ballenas.
La conversación sobre la tasa de dificultad (que mantiene la seguridad de la red) está errada. Es díficil analizar estos datos, y el hecho de que disminuya no implica que mineros estén dejando de minar. Es decir, esos titulares de que “cae la tasa de dificultad” son generalmente sensacionalistas.
El artículo es largo, pero interesante. Demuestra que las acciones que muchos pensaban negativas, en realidad van a significar un beneficio para Bitcoin y quienes usamos la red. Por un lado, se hará más descentralizado el protocolo, con el éxodo de mineras de China. Por el otro, estas irán en búsqueda de fuentes de energía renovables—se espera—dejando atrás la quema de combustibles fósiles que estaban utilizando.
Bitcoin es una revolución cultural
Lo que hoy está destruyendo la tierra, más que nada, es nuestro consumo. Hiper consumo, en realidad. Vivimos en una sociedad que te obliga y “premia” por gastar tu dinero y acumular riqueza material a destajo. Filas interminables para comprar las últimas zapatillas Nike, o personas caminando con televisores más grandes que los automóviles en los llevaron al mall. Miramos a los que más tienen con envidia, pensando que ese es el camino a la felicidad.
Estamos muriendo de consumo. La “maquina” nos impulsa a que gastemos dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para impresionar a personas que no nos importan. El vecino tiene un automóvil último modelo, tu colega se compró un reloj nuevo, la piscina de tu primo es más grande que la tuya, asique gastemos y ganémosle. Siempre los mensajes van a guiarnos a que compremos más para ganarle al otro. La competencia capitalista de la compra es implacable.
La crisis climática está siendo conducida por el hiperconsumo. Y no solamente el hiperconsumo de bienes, sino de cualquier otro ingrediente de la sociedad, como por ejemplo la información. Aunque creamos que no aporta estar todo el día recibiendo y absorbiendo noticias, fotografías, música, este es otra parte del sistema. La estructura crea una red transversal de consumo—desde bienes, comida e información—que es muy difícil de escapar.
En su excelente libro llamado “Cómo no hacer nada: resistiendo la economía de la información”, Jenny Odell evoca una mirada crítica a la cantidad de tiempo que pasamos consumiendo información. Estar siempre conectados, despertarnos y dormirnos con el celular, y limpiar la casa escuchando podcasts, normaliza esa conexión interminable a lo extrínsico. Nos hace habitar una realidad de estar siempre consumiendo, aunque creamos que porque no es con dinero, no afecta. Y su mensaje es uno simple pero fundamental: no hagas nada. En vez de estar conectado y consumiendo, para y piensa. El consumo desenfrenado de todo es parte de la misma telaraña.
Sin embargo, hoy existe un nuevo mensaje: “consume sustentable”. Sigamos consumiendo, pero con conciencia. Que nuestros gastos sean en la línea de lo “saludable”, “sustentable”, “verde”, y “regenerativo”. La idea, no es que dejemos de gastar—eso jamás—sino que seamos críticos en esa misión. A través de miles de millones de dólares en publicidades, letreros en todas las esquinas, y algoritmos que vigilan y guían 24/7, nos persuaden de que para salvar el planeta hay que ser un consumidor verde. Y para cumplir con ese objetivo, debemos elegir un producto ligeramente distinto, pero que está inserto en el mismo mercado, y de pronto pasaremos de ser una mala persona a ser alguien virtuoso/a.
No está demás decir que estos productos verdes son generalmente más caros. Sus costos de producción son más altos, por lo tanto su costo de adquisición es más alto. Y cómo existe una correlación directa entre consumo (y por tanto, contaminación) y nivel socioeconómico, se perpetua y aumenta el problema, pero bajo un tinte de tranquilidad para quienes consumen.
Los medios—parte trascendental de la máquina del consumo—luego muestran estas vidas lujosas y verdes de los millonarios. Fomentan una vida basada en la felicidad de la riqueza material. Hay un dicho que se me viene a la cabeza: “el dinero no compra felicidad, pero sí compra las cosas que te hacen feliz”.
La otra patita de este baile es el dinero fiduciario. El peso chileno, dólar estadounidense, euro, y todas las otras divisas de gobiernos, son pieza central del embrollo consumista. Hasta 1971, los billetes y monedas en circulación debían tener un respaldo en oro (el llamado “Nixon Shock”, parte de una miniserie que estoy trabajando para La Cadena). Desde ese año, se eliminó la convertibilidad del dinero en metales preciosos, y entramos al régimen monetario actual: el estándar del fiat.
Siendo que el dinero fiat (fiduciario) ya no tiene un respaldo, y se puede imprimir ad nauseum por las autoridades, hace que sea inflacionario. Pierde poder adquisitivo todos los años. El dinero que tienes en tu cuenta corriente—o la mal llamada “cuenta de ahorro”—mañana podrá comprarte menos bienes y servicios que hoy. Esto, nos dicen los expertos es normal y saludable.
Creo que la conversación sobre la inflación debería ser mucho más central. En Chile, tenemos suerte. Vivimos con una tasa relativamente baja de inflación—entre dos y cuatro por ciento anual—por lo tanto este robo a veces pasa un poco desapercibido. Sin embargo, nuestros vecinos al otro lado de la cordillera vienen con otro cuento. Argentina vive con inflación que llega a las decenas de puntos porcentuales, y ven literalmente su dinero desvanecerse de un día para otro. Allá, si no compras ahora, mañana tendrás que comprar un tercio menos. Ni hablar del desastre que existe en Venezuela, donde vemos a sus ciudadanos salir a comprar un café con una carretilla llena de dinero porque eso es lo que valen sus papelitos.
Deberíamos estar tomando nota. A pesar de que vivimos una realidad inflacionaria mucho menor y más pausada, no somos inmunes. Vimos durante el último siglo—contingente a otro contexto histórico, sin dudas—países poderosos de Europa también caer en crisis hiperinflacionarias. Le puede pasar a cualquiera, y en lo personal creo que una tasa de tres por cienta anual sigue siendo desastroso. Recordemos, que esa tasa implica que en diez años perdemos un treinta por ciento de nuestro poder de compra. Hecho que los expertos que tanto lo abogan, curiosamente no cuentan.
La inflación es una obligación al consumo. Los incentivos que nos impone el dinero fiduciario van en desmedro del bienestar colectivo e individual. Como es seguro que mi dinero perderá poder de compra mañana, ¿para qué voy a ahorrar ese dinero? Compra hoy ese quinto par de pantalones, porque mañana el mismo dinero solamente te alcanzará para el cuarto par de shorts.
La lógica del fiat es siniestra. En esencia, expertos deciden a puertas cerradas que una cierta cantidad de pérdida de poder adquisitivo es buena para la sociedad. Sin embargo, no impulsan un aumento de sueldos acorde a sus métricas arbitrarias. Para sumar, no crean programas de educación financiera para explicar sus decisiones y como protegerse frente a ellas. Debemos confiar en ellos, ciegamente.
La cultura actual del hiperconsumo verde y del estándar fiat está exacerbando la crisis climática. Y ahí es donde entra Bitcoin. Este protocolo es un cambio radical a los incentivos que hoy nos conducen por la vida. Es una revolución mental y cultural.
El código computacional en que está basado Bitcoin emitirá un máximo de 21.000.000 de bitcoins. Satoshi Nakamoto lo creó así, quizás bajo una mirada austera. Y aquí yace una propiedad fundamental de este dinero. Al ser probadamente escaso, aumenta su valor todos los años, y por tanto nos guía hacia el ahorro. La inflación, que nos obliga a consumir todos los años, ya no es un factor. La máquina capitalista que te impulsa a estar consumiendo ya no afecta, porque en vez de gastar hoy, puedo esperar hasta mañana.
Son pocos los satoshis—cada bitcoin está dividido en cien millones de partes denominados satoshis—por tanto hace que su gasto tenga que valer la pena. Nos obliga a que paremos y pensemos: “hoy me puedo comprar un cuarto par de zapatillas, pero si mi dinero aumenta en valor, mañana podré renovar mi computador de diez años.”
Bitcoin es una reestructuración de los sentidos. Te enseña la importancia del ahorro y la austeridad. Te impulsa a educarte y cuestionar los sistemas que nos rodean. Te hace disciplinada/o. Te recuerda que el juego es a largo plazo y de parar y pensar.
La gran revolución de Bitcoin va más allá de su protocolo descentralizado, neutro, resistente a la censura, abierto, justo y no-jerárquico. Es su reajuste de incentivos para nuestra sociedad y el planeta. Es el respiro que necesitamos para pensar nuestro actuar.
Bitcoin es el dinero que necesita el planeta.
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Hola Pedro, respecto a la última reflexión, ¿el desincentivo al consumo no es también un punto débil de estas monedas? he leído bastante esa crítica y generalmente bajo el mismo ejemplo que diste tú: ¿por qué voy a gastar hoy un bitcoin en un auto Tesla –por decir algo– si mañana quizás pueda comprarme tres por ese mismo bitcoin? ese pensamiento, basado en la especulación (sí, especulación, no en una nueva forma de pensamiento), aplicado en forma generalizada puede terminar por eliminar una característica fundamental de toda moneda, el poder usarla para adquirir bienes.
Creo que el discurso que vienes proponiendo puede que sea respetado por un 1% de quienes tienen dinero en bitcoin, pero el 99% restante está esperando la gran subida que multiplique sus ahorros. Yo sé poco de estas monedas, por algo leo tu semanario, para aprender más, pero me parece que el enfoque debiera estar en transformarla en una moneda propiamente tal, que exista un ecosistema donde se transen bienes con ella, y eso no sé cuando vaya a pasar. Igual sigo comprando, poco, pero pensando que en el largo plazo estas chauchas se transformen en un premio que me permita pagar, en el mejor de los casos, unas lindas vacaciones.
Saludos y gracias por tu semanario.