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A raíz de varios comentarios que me llegaron la semana pasada, me pareció interesante plantear esta semana una de las críticas más comunes que se le hacen a Bitcoin y la tecnología blockchain: su consumo energético. Este causa mucha suspicacias, sobre todo porque estamos en medio de una catástrofe climática que aún no queremos reconocer y tampoco logramos dimensionar. Comparto esta crítica, al igual que muchos dentro de la cripto-comunidad, y me parece sensato discutir el tema, y poner sus implicancias sobre la mesa.
Vale la pena reconocer que todo consume energía; desde el teléfono celular que ocupamos 24/7, hasta las luces de navidad que prendemos todos los años. Por lo mismo, mientras algunos podrán justificar el gasto de ciertos sistemas, procesos, y tradiciones, otros estarán en su contra.
En lo personal, me parece subjetivo el tema del consumo energético, ya que depende de las preferencias de ciertos sistemas por sobre otros. Por ejemplo, a mí me puede parecer injustificable la cantidad de energía que consumen los servidores de Facebook, Google, y otras empresas que nos espían y venden nuestros datos a diario. Sin embargo, a otro/a le puede parecer menor ese gasto energético y considerar que los efectos secundarios de ocupar estos sistemas justifican su consumo. Es cuestión de cada uno formar esa opinión y tomar decisiones al respecto.
Hay muchos que hablan del “desperdicio de energía” que emana de Bitcoin. Aparte de que la matemática que se expone para denunciar ese consumo está equivocada, pareciera que quienes exponen el consumo energético de esta red como un “desperdicio”, tuvieran uno de dos males: conflicto de intereses u poco conocimiento del funcionamiento de la red.
Para quienes utilizamos esta forma más humana de transferir valor e información, basada en principios de igualdad, neutralidad, y apertura, su consumo (muy distinto de “desperdicio”) nos parece justificable. Es una red descentralizada, resistente a la censura, sin intermediarios parasitarios, y que cumple al pie de la letra con las tres propiedades del dinero (reserva de valor, medio de intercambio, y unidad de cuentas).
Además, podría plantear varias preguntas que no aparecen muy a menudo en los medios tradicionales: ¿Cuánta energía consume la industria pesquera? ¿Pensamos en la contaminación medioambiental de la industria de la moda? ¿Cuánta energía gasta Apple y Android para producir nuestros celulares y computadores? ¿Cuánta energía desperdician los ejércitos de los países que ni siquiera están en guerra hoy en día? ¿Cuál es el daño al medioambiente por andar en medios de transporte (automóviles, buses, aviones) que utilizan combustibles fósiles? ¿Cuánto contamina al medioambiente el capitalismo?
Estas son preguntas que deberíamos estar haciéndonos a diario, aunque me parece que hay pocas ganas para hacerlo. Aún así, quiero enfocarme en el sistema financiero tradicional, que es el que buscamos reemplazar con las criptomonedas. Este gasta una cantidad de energía cuasi incalculable, sea en su actuar diario como en las operaciones que financia.
El costo directo del sistema bancario tradicional es considerable. El gasto para mantener todas las sucursales, el costo de impresión y cuidado del papel moneda (tanto billetes como monedas), el costo de mantener la seguridad de esos sistemas, cajeros automáticos, servidores que están supervisando fraudes, tarjetas de crédito plásticas impresas año tras año, y otras secciones del sistema es monumental.
Como podemos ver en el gráfico, el consumo energético del sistema bancario tradicional es considerablemente mayor al de Bitcoin. Pero el tema no termina ahí.
El sistema financiero tradicional (gobiernos, bancos centrales, bancos de inversión, instituciones financieras) es una red fundamentalmente injusta y corrupta. Por un lado, si pensamos que de siete mil millones de personas que viven en el planeta, solamente 1,5 mil millones tienen acceso a servicios financieros básicos: pago de servicios, cambio de cheques, depósitos, emisión de tarjetas de crédito, débito y prepago, emisión de chequeras, créditos hipotecarios y préstamos para autos, cuesta entender por qué el consumo energético es tan alto. Más aún, cuando consideramos que cuatro mil millones de personas ni siquiera tienen acceso a lo más básico del sistema tradicional, que es una cuenta bancaria.
Por otro lado, el sistema financiero tradicional financia guerras, corrupción, lavado de dinero, desigualdad, tráfico de humanos, pedofilia, narcotráfico, genocidios, dictaduras, y mucho más. Todos estos problemas existían desde mucho antes de la aparición de las criptomonedas, y continuarán existiendo. Los bancos e instituciones financieros se han convertido en un cartel, comprando y vendiendo leyes y regulaciones, provocando graves atentados contra la ciudadanía, y destruyendo el medioambiente a través de sus acciones. Estos costos indirectos y escondidos deberían ser suficientes para boicotear el sistema y buscar otras alternativas.
Siendo que el tema central de hoy es el consumo energético de Bitcoin, revisemos primero su protocolo. Aunque lo estudiamos en la edición #015, nunca está demás una mirada fresca.
En 1993 se creó un concepto llamado Prueba de Trabajo (Proof of Work, o PoW, en inglés), que sirve de mecanismo de consenso entre los computadores de una red para resistir ataques maliciosos al protocolo, requiriendo algo de trabajo computacional por parte de los participantes del sistema, eliminando el incentivo de hacer daño a la misma.
En 2009, Bitcoin incorporó este algoritmo como mecanismo de consenso para validar transacciones y emitir nuevos bloques a la cadena. Los mineros (grupos de computadores que buscan agregar nuevos bloques a la cadena, y que mantienen la seguridad de la red) compiten entre ellos por resolver complicados puzles matemáticos. Vale la pena notar que estos puzles son difíciles de resolver pero fáciles de verificar. Cuando un minero tiene la solución, emite el nuevo bloque, para que luego los otros nodos (computadores) del sistema verifiquen que la solución está correcta. Si fue resuelta correctamente, se premia al minero con una cierta cantidad de bitcoins, por haber prestado energía a la red (el premio de creación de bloques está en 6.25 BTC).
Sin embargo, la crítica que se la hace a este algoritmo es que la minería requiere máquinas computacionales caras, que utilizan grandes cantidades de energía. Aunque estos puzles complicados garantizan la seguridad de la red, estos cálculos no se pueden utilizar más allá de esa función.
Quiero destacar que yo comparto esta crítica. A pesar de que las cifras oficiales hablan de que un 39% de bitcoins minados provienen de fuentes de energía renovable, esto es aún insuficiente. Sin embargo, mineras alrededor del mundo están buscando soluciones e innovaciones a este proceso, llevando incluso a Bitcoin como una posible respuesta al problema de los combustibles fósiles.
Una aplicación asesina
Una de las características de la minería de Bitcoin es que puede ocurrir donde sea. Siendo una red descentralizada y altamente transportable, siempre migra hacia lugares con costos energéticos bajos, lo que ocurre—usualmente—a través de energías renovables (solar, hídrica, eólica). Y es aquí donde reside su aplicación asesina: puede transformar exceso o desperdicio de energía en otro tipo de ingresos, y en un sistema incentivos para una mayor inversión en estas fuentes renovables.
Hagamos el siguiente ejercicio: la energía solar se produce a máxima capacidad en medio del día y disminuye a cero durante la noche. Por lo mismo, a menudo la cantidad de energía que se consume no se iguala con la cantidad de energía que se produce. ¿Cómo puedes reconciliar esta dicotomía? Si disminuye los costos de capital para construir una planta de energía renovable y reutilizar esa energía producida, que de lo contraria estaría perdida, podemos crear un nuevo modelo de incentivos para aumentar su uso.
En esencia, una vez que has incurrido en los costos de construcción de una planta solar, los costos de producción y operación de esa energía son bajos (simplemente necesitas el sol—u otra fuente—y algunos gastos de mantención). Sin embargo, como estas plantas generalmente se construyen en lugares remotos, donde la capacidad de almacenamiento y distribución es menor a la demanda, mucha de esa energía se pierde.
Por lo tanto, puedes instalar una planta de minería de Bitcoin y conviertes esa energía extra en ingreso. El ingreso generado por los bitcoins minados hace que disminuya rápidamente el costo de construcción de aquella planta, y lo que antes te habría costado cinco u diez años en pagarse, ahora se puede hacer en uno u dos. Además, genera ingresos a través de esta minería, con lo que puedes financiar gastos públicos, sociales o de otra índole.
Esto llevaría a una enorme inversión en energía solar (o otra fuente renovable), ya que disminuyes los costos de capital de este tipo de planta, incentivando a la construcción de más matrices renovables.
Más aún, como la minería puede ocurrir en cualquier lado, donde la diferencia entre capacidad y demanda es mayor, y la forma de distribuir electricidad (a través de torres de alto voltaje) es baja o inexistente, esta es una gran oportunidad para Bitcoin. Podemos decir, incluso, que BTC está generando grandes inversiones en materias de energía renovable.
Por tanto, la crítica de Bitcoin sobre su consumo energético tiene su respuesta en la misma minería de esta criptomoneda. Puede fomentar el uso de energías renovables, en lugares remotos, generando un impacto positivo enorme no sólo para las comunidades donde se construyen estas plantas, sino también para el planeta, que tendría un respiro de la quema de combustibles fósiles.
La descentralización de Bitcoin esta llevando a la descentralización de la producción y distribución de energía, una de las necesidades más importantes del mundo. Aunque falta mucho camino por recorrer, las posibilidades de esta red son múltiples y variadas. Abre la puerta a miles de millones de personas abatidas por la inflación, gobiernos autoritarios, sistemas discriminadores, e incentivos perversos. Además, nos conduce por un camino de energías renovables y un mundo más verde. La revolución continúa.
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