Tres letras están en la punta de la lengua de todos: FTX. El desgraciado exchange de criptomonedas es el último en caer durante este 2022 de purga que hemos vivido, tras vivir una crecimiento exponencial y una caída espectacular. Pero hay más a esta historia de lo que los medios nos han hecho ver, sea convenientemente o por accidente, y que todos debiésemos saber. Esta es la primera parte de esta historia.
Existen tres otras letras en las que también deberíamos fijarnos, ya que le pertenecen al villano de la película: Sam Bankman-Fried. SBF, como es conocido para los amigos, es un reconocido genio de las matemáticas y graduado de la prestigiosa universidad MIT, quien en sus primeros años de carrera profesional logró importantes pasos en Jane Street Capital, una firma de Wall Street.
Tras unos años lucrativos en Nueva York, volvió a California (donde nació) y se unió al Centro para el Altruismo Eficaz. Vale la pena fijarse en este paso laboral transitorio, porque todo es parte del cuadro que nos quiso pintar SBF de quien era. De acuerdo a personas entendidas en la materia, esta organización busca instaurar ciertas virtudes e ideales de la filosofía woke, buscando unir evidencia empírica con maneras de mejorar el mundo. Quiero aclarar que no estoy en contra de este tipo de iniciativas per se, pero tras investigarla, me doy cuenta que sirve de fachada para establecer ciertas señales virtuosas de sus integrantes, más que realmente buscar hacer cambios en la sociedad.
Ya de vuelta en la costa oeste, SBF decidió abrir su propio fondo de inversiones en 2017, esta vez dedicado exclusivamente a los activos digitales: Alameda Research. Aunque en un comienzo solamente invertía capital de sus empleados y primeros inversionistas, a fines de ese año logró captar atención tras realizar un exitoso trade que le registró ingresos de $20 millones de dólares, cimentando su incipiente reputación.
Buscando llevar su interés por las plataformas de especulación más allá, en 2019 SBF creó FTX, un exchange de criptomonedas reconocido por una elegante interfaz de usuario, y una amplia oferta de instrumentos en los cuales invertir. Se estableció en Bahamas—por razones que veremos más adelante—y comenzó a operar.
Marketeada como una plataforma “hecha por traders para traders”, rápidamente FTX comenzó a crecer en popularidad y escalar en las plataformas líderes del mercado de las criptomonedas. Su crecimiento se vio multiplicado gracias al mercado alcista que vivía la industria durante 2021, y empezó a quemar dinero como loco. Auspició múltiples equipos deportivos, se compró estadios, puso comerciales en algunos de los eventos más importantes del mundo, y su CEO (SBF), fue ganando notoriedad en los medios de comunicación.
Fue tal el nivel de entusiasmo que comandó SBF y su plataforma, que el año pasada logró una capitalización de mercado histórica de más de $30 mil millones de dólares, realizando una ronda de financiamiento que incluía a algunos de los fondos de inversión más importantes del mundo—entre ellos Sequoia Capital—y algunas de las plataformas más importantes del mundo, entre ellas Binance. Todo se respaldaba en la visión que tenía Sam para FTX, que prontamente vería su caída.
Quizás está demás decirlo, pero el mercado de las criptomonedas sufre de múltiples crisis de legitimidad. Dado su historia desregulada, atracción a actores de mala fe, y personas que se compran el sueño de hacerse rico rápidamente, hemos visto una y otra vez plataformas desaparecer con los fondos de sus clientes, plataformas ser hackeadas, y la embestida del establishment por pintar un cuadro poco atractivo (para ser diplomático con sus campañas mediáticas) han dejado a las criptomonedas en una mala luz a vista de la mayoría de la sociedad.
Sam Bankman-Fried venía a cambiar todo eso. Su estilo pelucón y simpático lo hacía ideal para las pantallas y los medios de comunicación. Su pasado en el Centro de Altruismo Eficaz lo hacía cercano y empático, logrando captar la imaginación de todos como alguien en quien confiar; y su reputación como trader superlativo nos hizo a todos creer que sabía lo que estaba haciendo. Iba a múltiples reuniones con reguladores en Washington, despotricaba contra lo realizado por la industria financiera tradicional en 2008, y se convirtió en la princesa de la película—quien venía a restaurar la confianza en el lejano oeste del internet.
Las grietas rápidamente comenzaron a aparecer. A pesar del extraordinario crecimiento de FTX en su corta vida—de 2019 a 2021 pasó de no existir a valer miles de millones de dólares—personas dentro de los diversos espacios de las criptomonedas comenzaron a sonar las alarmas.
El 2 de Noviembre recién pasado, CoinDesk, uno de los diarios digitales más importantes del mercado de las criptomonedas publicó que el imperio de Sam Bankman-Fried estaba quebrado en dos. Aunque dos entidades separadas, la noticia explicaba que FTX y Alameda Research en realidad estaban estrechamente unidas, sobre todo en su balanza comercial. Un documento financiero privado demostraba que Alameda (su fondo de inversión) tenía una enorme cantidad de FTT—la criptomoneda interna de FTX.
Dentro de FTX vive una criptomoneda de sospechosa procedencia denominada FTT. Conocido como un utility token, su utilización era (en teoría) interno para los usuarios de la plataforma ofreciendo descuentos para quienes la usaban, pero rápidamente alcanzó velocidad de escape y fue a parar a todos lados del mercado de las criptomonedas. Logró paridad con el dólar y más, anotando su precio histórico en $85 dólares—lo que significó para la empresa una “máquina de imprimir dinero”. Piénsenlo de la siguiente manera, sobre todo de cara a Alameda: su plataforma se basa en una moneda que su empresa hermana inventó, y no un activo independiente sea Bitcoin u otro instrumento financiero.
El 2022 ha estado marcado por plataformas que estaban respaldadas por humo (como sería el caso de FTT), y con esos traumas frescos en la memoria de todos, esta noticia gatillaría el principio del fin. Demostraría que Alameda no sólo era un gigante en términos financieros, sino que mucho de sus activos y pasivos estaban en una criptomoneda altamente volátil e inventada por una empresa.
Como bien expliqué en LC102, el primero en saltar sería CZ, el mandamás de Binance, la plataforma de criptomonedas más importante del mundo. Comenzaría a vender su enorme cantidad de FTT bajo sospechas de insolvencia de FTX, y comenzó una corrida al banco. Usuarios pequeños y grandes comenzaron a retirar sus depósitos de la plataforma, obligando a la plataforma a frenar retiros.
En los próximos días, FTT perdería más de 90% de su valor, el valor de mercado de los activos de SBF perderían una cantidad similar, y tanto FTX como Alameda Research estaban en el ojo del huracán. Usuarios demandaban saber donde estaban sus fondos, si es que realmente los tenían, y cuál era la realidad de la situación interna.
La verdad resultó ser espeluznante: FTX había prestado el fondo de sus usuarios (avaluados en miles de millones de dólares) a Alameda para que estos los invirtieran en otras plataformas y activos de inversión. Esto no es lo único, resultó ser que SBF y el puñado de personas que trabajan en la plataforma—elogiados por inversionistas como un equipo eficiente—apenas utilizaban controles corporativos para el uso de dinero que existía en su empresa. A los pocos días publicaron que la deuda (o vacío financiero) de la plataforma fluctúa entre $10 y $50 miles de millones de dólares.
Como era de esperar, FTX se declaró en bancarrota, y el circo pasó de cambio. Registros mostraron retiros de cientos de millones de dólares tras declararse la quiebra, tanto a billeteras personales como cuentas en otros exchanges. Surgieron informes de que SBF había comprado múltiples propiedades en las Bahamas—donde vive y está constituida su empresa—con dinero de sus clientes.
Se publicó el documento que se presentó ante el tribunal de quiebras. Existe todo un hilo en Twitter sobre los hechos más insólitos pero les nombro algunos: empleados pedían reembolsos de gastos por chat y sus supervisores les respondían con emojis; la mayoría de las decisiones se realizaban por chat y estos se borraban con frecuencia; la empresa nunca realizaba juntas de directorio; FTX no tenía un sistema de gestión de efectivo—simplemente no sabía cuanto dinero tenía a disposición; no mantenían registros oficiales de sus empleados, tanto así que algunos no se podían ubicar (¿existían?); y la lista continúa.
Con estos eventos, se ha provocado un terremoto grado 9 en la escala de criptos, y todo el mercado está expectante ante qué va a pasar ahora. El nivel de contagio de los problemas financieros de FTX y SBF es increíble, dando cuenta del grado de interconectividad de las diversas plataformas y—más preocupante aún—la poca o nula diligencia que utilizaban los distintos actores entre ellos. Hoy vemos a diestra y siniestra algunos de los jugadores más importantes del mercado (el último es BlockFi) declararse en bancarrota, trayendo a primera plana la importancia de nunca confiar tu dinero en manos de terceros.
Si bien el foco de esta edición hasta el momento ha sido esta gran historia que hemos visto desenvolverse, lo mejor está por venir. Porque lo de SBF, FTX, y Alameda Research tiene un componente político que muchos medios están dejando afuera, y creo es la parte más jugosa.
Pero eso, queda para la próxima semana.
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